Salve, Madre, en la tierra de tus amores
Es una riqueza que este canto tan antiguo siga interpretándose en nuestros cultos y en nuestras iglesias. Pero es una pena que esté un poco degradado en su música y en su texto. El recordado canónigo Bandarán, hace ya bastantes años, amonestaba a los fieles, desde el púlpito, porque en este bello canto decían: “Salve, Madre, en la tierra de mis amores”; él corregía diciendo: “en la tierra de tus amores”. No sé en concreto con qué argumentos justificaba aquella corrección, pero, si analizamos despacio el sentido de la frase, comprobaremos que es bastante obvia.
En efecto, si decimos “en la tierra de mis amores” se hace una concesión banal a un individualismo fútil: Es la tierra que yo amo, la que a mí me gusta… Mas si decimos “en la tierra de tus amores” nos estamos refiriendo a ”la Tierra de María Santísima”, según el dicho popular, que es la nuestra.
Sin embargo, esto no es tan simple, sino que viene de muy antiguo: desde que nació esta hermosa partitura hace más de ochenta y cinco años, con motivo de la celebración en Sevilla del Congreso Mariano Hispano-Americano en el año 1929. Hay que recordar que en aquella ocasión –a los veinticinco años de la coronación canónica de la Virgen de los Reyes, que fue la primera que se celebró en nuestra archidiócesis– el cardenal Ilundain coronó asimismo a la Virgen de la Antigua. A la hora de hacer el himno para el referido Congreso, se recurrió a un padre agustino del Escorial, fray Restituto del Valle, O.S.A., para que escribiera su texto. Años antes, este mismo padre había escrito la letra del Himno del Congreso Eucarístico Internacional de Madrid de 1911: “Cantemos al Amor de los amores”. Diligentemente mandó el texto que todos conocemos:
CORO
Salve, Madre, en la tierra de tus amores
te saludan los cantos que alza el amor.
Reina de nuestras almas, flor de las flores,
muestra aquí de tu gloria los resplandores;
que en el cielo tan sólo te aman mejor.
ESTROFA
Reina, aquí todo es tuyo; tu gloria y hermosura
bendicen hoy tus hijos en cántico triunfal.
El sol de nuestro cielo con tu esplendor fulgura,
y aquí, Madre, las almas olvidan su amargura
para entonarte el himno del amor inmortal.
PLEGARIA
Virgen santa, Virgen pura,
vida, esperanza y dulzura,
del alma que en ti confía;
Madre de Dios, Madre mía,
mientras mi vida alentare,
todo mi amor para ti;
mas si mi amor te olvidare,
Madre mía, Madre mía,
aunque mi amor te olvidare,
tú no te olvides de mí.
Este texto le fue encomendado al padre Eduardo Torres, maestro de capilla de nuestra Catedral, quien compuso una magnífica partitura ¡Y aquí empieza el error! Ignoro si fue él mismo o el copista que elaboró las autografías de la música que se imprimió. Lo cierto es que en la copia musicalizada del himno, bajo las notas de la partitura del canto aparece “…en la tierra de mis amores”.
Todo esto se puede comprobar en el libro de las crónicas del referido Congreso, pudiéndose contrastar en el mismo la copia del texto que envió el autor de la letra y la que aparece bajo las notas de la partitura impresa.
Desde luego pienso que este pequeño asunto no merece una cruzada, como las que emprendía en su tiempo don José Sebastián y Bandarán; pero merecería la pena intentar enmendarlo entre todos. Y, de camino, corregir también algo en lo que no hay divergencia entre el texto original y la partitura impresa. Ambos dicen algo más adelante: “…mas si mi amor te olvidare, Madre mía, Madre mía, aunque mi amor te olvidare, tú no te olvides de mí”. En la repetición de esta frase se dice ”aunque mi amor…” si bien antes ha dicho ”mas si mi amor…”
Puestos a corregir los vicios inveterados de tan precioso canto, hay que reprobar también lo que algunos dicen en otra frase: “todo mi amor es para ti”, cuando la sílaba marcada no cabe de ninguna manera y siendo más bonito como la escribió su autor: “todo mi amor, para ti”. Si de camino lográramos respetar las notas largas y no atropellar su ritmo, dejando al organista hacer los bellísimos dibujos musicales de su armonización, podremos interpretar un canto muy laudable y apreciado y, al mismo tiempo estaremos ejecutando una pieza de auténtica calidad musical y singular belleza.
José Márquez Morales