San Fernando, de Murillo
Una de las obras más valiosas que guarda la Catedral de Sevilla es sin duda este retrato de San Fernando que Murillo realiza hacia 1671, en el periodo de su plenitud artística, con motivo de la canonización del Santo Rey, aprobada por Clemente X el 4 de febrero de ese año, en cuyo proceso actuó como testigo y en cuyas fiestas participó activamente como pintor escenógrafo.
Fue dejada en herencia esta pintura a la Catedral por el medio racionero Bartolomé Pérez Ortiz, primo hermano de Murillo, quien seguramente la encargó para su oratorio privado.
La aportación de Murillo resulta decisiva en la iconografía de San Fernando, ya que existían pocos precedentes; además, no podemos olvidar que el 3 de abril de 1671 el Cabildo permite a Murillo y al escultor Pedro Roldán que vean el rostro del Santo, con objeto de que hicieran sendos retratos.
Nuestro pintor realizará varias pinturas de Fernando III, entre las que sobresalen la que se encuentra en el Museo del Prado o el tondo de la Sala Capitular de la Catedral de Sevilla, que es la primera de cuantas realiza y en la que destaca la mirada dirigida hacia el espectador, que contrasta con la que va a representar en el cuadro que estamos comentando, que actualmente se encuentra en el trascoro de nuestra Catedral formando parte de la exposición “Murillo en la Catedral. La mirada de la santidad”, título que parece hacer alusión directa a este retrato de San Fernando, ya que sus ojos dirigidos al cielo expresan acertadamente su santidad, que se refuerza además por el recurso de la luz que procede del ángulo superior izquierdo y que representa la presencia de Dios.
El Santo Rey se recorta sobre un fondo oscuro y aparece representado de medio cuerpo a tamaño natural, como un hombre maduro en actitud contemplativa. La obra muestra una composición triangular, que confiere a la imagen un sentido ascendente, que queda reforzado por la mirada dirigida al cielo del Santo y por la espada.
No aparece vestido como un rey medieval, sino que va a la moda de los Austrias del siglo XVII, luciendo armadura sobre la cual porta el manto regio con brocados dorados y con la esclavina y el envés de armiño, que se cierra al centro con un broche dorado.
Lleva en su mano derecha la espada, la mítica Lobera que se conserva en la Capilla Real, que simboliza su dominio sobre los musulmanes. Con su mano izquierda sostiene un orbe, símbolo de su poder terrenal que, sin embargo, al ser de color azul, hace alusión a la santidad del Rey, ya que este color simboliza la elevación del alma hacia Dios. En el pecho se vislumbra bajo el manto una cadena de oro de eslabones rectangulares con un medallón que representa a la Virgen de los Reyes.
El retrato se completa con la corona que San Fernando porta como rey y el nimbo que alude a su santidad.
Antonio Rodríguez Babío
Delegado diocesano de Patrimonio Cultural
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