Seminaristas de hoy, horizonte de entrega y servicio
Un total de 69 jóvenes están preparándose para el sacerdocio en la Archidiócesis de Sevilla: 45 en el Seminario Metropolitano, 9 en el Menor y 15 en el Redemptoris Mater. Son jóvenes de edades diferentes (desde 15 años en el menor, hasta avanzada la madurez), que provienen de realidades muy variopintas y que han vivido sus propios procesos vocacionales. Desde fuera se puede pensar que son personas extraordinarias (en el sentido literal de la palabra, fuera del orden o regla natural o común). Pero no es así: tienen las mismas inquietudes y valores que pueden tener otros jóvenes comprometidos de su edad.
“A veces creemos que la vocación es algo extraordinario, que no nos puede tocar directamente. Pero si nos paramos un instante nos daremos cuenta que los jóvenes que se sienten interpelados no distan mucho de lo que pueden ser las inquietudes de la mayoría”, explica el rector del Seminario, Antero Pascual. Él define el perfil de un seminarista desde cuatro rasgos que se trabajan en la formación; pero son características no exclusivas de un centro vocacional: se pueden encontrar en muchos otros jóvenes de parroquias, de hermandades, de colegios, de universidades o del ámbito laboral.
Jóvenes entregados
El ministerio sacerdotal conlleva una exigencia que no tiene límites, en cuanto a horarios o en cuanto a estilo de vida. “¿Acaso el amor entregado tiene un límite?”, se pregunta Pascual. Por ello, “es necesario que los futuros presbíteros se preparen en la labor del pastoreo y del servicio parroquial”. Así, en la formación sacerdotal hay dos espacios en los que se trabaja esta entrega. Por un lado, la presencia en las parroquias. Los seminaristas de los dos primeros años están presentes durante los fines de semana en sus parroquia de origen, y los seminaristas de los cursos superiores en otras de la Archidiócesis. Allí aprenden junto al párroco “en qué consiste eso de ser cura”. Por otro lado, el espacio de la reflexión, la oración y la comunicación de experiencias. A lo largo de los años de formación los seminaristas van madurando, junto a sus formadores y compañeros, en qué radica su vocación.
Jóvenes con valores humanos
“No es inteligente comenzar una casa por el tejado. Por eso, antes, y junto con la labor de preparar sacerdotes, el Seminario debe preparar personas en toda la amplitud de la palabra; porque para hacer tu voluntad es necesario decir antes aquí estoy (Heb 10, 9)”, explica Antero Pascual. Para eso hace falta examinarse, con las virtudes y los defectos de cada uno, con las luces y las sombras. “Nadie que no alcance cotas razonables de madurez, equilibrio y entrega generosa podrá servir de verdad”, sentencia el rector. De ahí que durante el camino que se recorre en el Seminario se trabaja para hacer que los candidatos vayan creciendo en madurez, acompañados por la guía del director espiritual y del equipo de formadores.
Jóvenes de Dios
“¿Es el cura un funcionario? Si sondeáramos la opinión pública, un sector considerable pensaría que sí. Un cura es, en primer lugar, un hombre de Dios, un hombre ungido en el sacramento del orden como representante de Dios y testigo del amor de Cristo a su Iglesia”, afirma Pascual. Por ello, una parte fundamental de la formación de los seminaristas está en la oración personal y en el cultivo de la espiritualidad. “Sólo desde el espíritu el sacerdote se entregará de forma plena a su futura parroquia; por ello están establecidas dos horas diarias de vida orante y
celebrativa”. Estas horas se estructuran de la siguiente manera: por la mañana se rezan laudes (oración universal de la Iglesia) y se celebra la Eucaristía. Por la tarde se rezan vísperas, que se prolongan en un tiempo de oración personal. Además, están previstos en el calendario anual los retiros (uno al mes), los Ejercicios Espirituales y otras experiencias espirituales que se ofertan en vacaciones.
Jóvenes con inquietudes por saber
“¿Se puede amar a quien no se conoce? Si el sacerdote es un hombre de Dios debe conocer a Dios, es necesario que estudie la Teología (la ciencia que habla de Dios)”, asegura el rector. Para ello, los seminaristas estudian durante cuatro años en el CET (Centro de Estudios Teológicos), donde se cursan asignaturas de historia de la Filosofía, Ética, Sagrada Escritura, historia de la Iglesia, dogmática, etc. Además, previamente se estudian dos años de Filosofía, con el objetivo de conocer “las entrañas del ser humano, los problemas que hoy le perturban, a fin de que la Palabra de Vida que es Jesucristo le diga algo al hombre y a la mujer de hoy”.
Antero Pascual asegura que estas cuatro cualidades que resumen el perfil de un seminarista no son “extraordinarias, ni mucho menos extrañas”. “Por ello, creo que en el Seminario no están todos los que son. Hay otros muchos que son llamados, y aún no se han dado cuenta”. Ese es el objetivo de la campaña que los seminaristas están desarrollando en el mes de marzo, visitando las parroquias de los pueblos y ciudades de la Archidiócesis, mostrando en primera persona cómo son jóvenes entregados, con valores, de Dios y con inquietudes: con su testimonio de vida “no extraordinaria” pretenden susticar en otros la pregunta vocacional, sencilla y directa: “¿Podré ser yo uno de ellos?”.