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Sindemia y vacunas, ¿dónde está la fraternidad universal?

La semana pasada terminamos la serie de contribuciones dedicadas a la Carta Encíclica Fratelli Tutti, una llamada del Papa Francisco a la fraternidad universal. El documento, ya lo hemos destacado, debería ser leído por todos los que tienen poder político, económico y financiero, es decir, aquellos que mueven la realidad del mundo desde el punto de vista material. Desde hace un año vivimos una oscura pandemia. La pandemia es la propagación mundial de una nueva enfermedad a través de varios países o continentes que afecta a un gran número de personas. Por ello, un brote viral podría ser considerado como pandemia si es marcadamente diferente de las cepas que han circulado recientemente, y si los seres humanos tienen poca o ninguna inmunidad con respecto al mismo y se extiende por muchos países.

En estos tiempos difíciles, la fraternidad universal debería ser la inspiración para las acciones de impacto global. En el mundo hay mucha biofilia que podemos identificar como amor a la vida, de amor al prójimo, un escenario de fraternidad universal y búsqueda del bien común al prójimo, pero también hay abundante manifestación de necrofilia, de negación del amor al prójimo, a la fraternidad y al bien común, de acuerdo con el concepto emanado de Erich Fromm, y lo hemos podido ver en los pasados meses de la primavera y verano de 2020 en relación material imprescindible para salvar vidas, sobre el que pudo haber actuaciones especulativas.

Esta pandemia, en realidad, es sobre todo una sindemia. La revista The Lancet, asegura que la enfermedad denominada Covid-19 no es una pandemia, sino una sindemia, y lo hace al analizar dicha enfermedad desde un enfoque biológico y social. Desde el punto de vista clínico, una sindemia es la suma de dos o más epidemias, o brotes de enfermedades concurrentes o secuenciales, en una población con interacciones biológicas, que exacerban el pronóstico y carga de la enfermedad. Nos interesa destacar el aspecto social. Las sindemias se desarrollan bajo inequidad sanitaria y social, causada por la pobreza, el estrés o la violencia estructural, y son estudiadas por epidemiólogos y antropólogos médicos interesados en la salud pública, la salud comunitaria y los efectos de las condiciones sociales en la salud. Esta tragedia que vive el planeta ha causado la muerte al 0,03% de sus habitantes, habiéndose contagiado de la enfermedad el 1,38% de la población total del planeta. El país más afectado es Estados Unidos, con más de 26,5 millones de contagiados y algo más 450.000 fallecimientos, le sigue India, con más de 10,7 millones de casos y 154.000 muertes, y Brasil, con 9,3 millones de diagnosticados y por encima de las 227.000 muertes. España está por encima de las 60.370 muertes y más de 2.800.000 casos positivos. Una gran tragedia sanitaria que está acarreando un gran sufrimiento económico y social. Las emergencias de la salud pública siempre han tenido en la historia graves consecuencias.

En los medios de comunicación social vivimos en esos momentos una avalancha de noticias sobre las vacunas. Parece aceptado que la solución al problema de la pandemia son las vacunas. Pero no olvidemos su carácter sindémico, es decir, su incidencia en los más pobres, desvalidos y necesitados. ¿Cómo afrontaremos este problema? ¿Volverán a ser los que menos tienen los más afectados? ¿Dónde está la fraternidad universal por la que clama el Papa Francisco? ¿Habrá una distribución solidaria de vacunas en el mundo? ¿Cómo se afrontará el hundimiento económico de muchos países? Posiblemente, la distribución desigual de las vacunas entre los dos mundos, el de los ricos y el de los pobres, podría implicar, de acuerdo con los expertos, una mayor propagación y, eventualmente, una mayor capacidad de mutación. Son muchas las preguntas todavía. Pero hay una realidad, lo que está ocurriendo con las vacunas no debería ocurrir. Los que menos tienen vuelven a ser los que más sufren, en el mundo menos desarrollado y también en el más desarrollado. Estamos lejos de la fraternidad universal que desarrolla el Papa Francisco en la Carta Encíclica Fratelli Tutti.


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