Sobre las vírgenes consagradas
Más de 5000 mujeres, vírgenes consagradas, están presentes en numerosas diócesis de los cinco continentes dando sus testimonios de vida en todos los ámbitos de la sociedad y la Iglesia. De ellas, 12 están arraigadas en la Archidiócesis hispalense.
«Las vírgenes consagradas son la imagen de la Iglesia como esposa de Cristo». Así presentaba la Congregación para el Culto Divino la promulgación del Ritual de Consagración de vírgenes, bajo la aprobación de Pablo VI, el 31 de mayo de 1970. Después de siglos, en el Vaticano II, se concedía la posibilidad de recibir esta consagración a mujeres que permanecen en su entorno habitual y no sólo quedaba reservada para las monjas de los monasterios. Consagración ratificada por Juan Pablo II en el canon 604 del Código de Derecho Canónico de 1983.
El 8 de junio del actual 2018, -a dos años del 50 aniversario de la restauración del antiguo Ordo virginum-, la Congregacion de Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA), proclamaba Ecclesiae Sponsae Imago, Instrucción sobre el Ordo virginum, admitida por el papa Francisco. Primer documento de la Sede Apostólica que profundiza la fisonomía y la disciplina de esta forma de vida, después del Rito litúrgico y las notas contenidas en él.
La Instrucción, fruto de un trabajo sinodal en el que han sido consultados obispos, vírgenes consagradas y expertos de todo el mundo, quiere servir de orientación y promoción. Comienza con una amplia recopilación de carácter histórico, síntesis del contexto primitivo eclesial de desarrollo de la virginidad consagrada, junto a razones y objetivos de la publicación. Sigue una primera parte que desbroza los elementos característicos de la vocación y el testimonio de las vírgenes consagradas; otra segunda desarrolla la configuración actual específica del Ordo virginum en la Iglesia particular y universal; y la parte tercera se dedica al discernimiento vocacional, los criterios de madurez y los itinerarios para la formación previa a la consagración y la formación permanente. El documento concluye llamando a las vírgenes consagradas a ser dóciles al Espíritu para ser imagen de la Iglesia Esposa –como María, prototipo de la virginidad consagrada-, no sólo para la comprensión y valoración de las mujeres en el Pueblo de Dios, sino también para profundizar en la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma como Esposa de Cristo, haciéndola presente en el mundo.
Esta vocación singular, diferente y distinguible de toda otra forma de vida consagrada, verdadero camino de santificación, exige acogida en mujeres equilibradas, que no hayan contraído nunca nupcias, ni vivido pública y manifiestamente en contra de la castidad; residiendo solas, en familia, junto a otras consagradas o en otras condiciones favorables a su vocación. Sustentadas con el fruto de sus trabajos o recursos personales. Cultivando el aprecio mutuo, el vínculo y la corresponsabilidad entre consagradas; con el Obispo diocesano como único y máximo responsable. Mujeres enraizadas y apasionadas por la Iglesia local y universal. Transparentes en intimidad esponsal con Jesús. Comprometidas en servicio evangélico cercano y generoso con hombres y mujeres de sus entornos sociales y culturales. Anunciadoras del mundo nuevo según el Espíritu. En espera vigilante y súplica constante de la venida de Cristo Esposo Resucitado: ¡MARANATHA! ¡VEN SEÑOR JESÚS!
Pura Pérez Hernández, v.c.