Solemnidad de la Ascensión del Señor
Celebramos en este domingo la solemnidad de la Ascensión del Señor, su regreso al regazo del Padre. No es difícil imaginar la nostalgia y la tristeza de los discípulos ante el anuncio reiterado de la marcha de Jesús. En los tres últimos años han vivido con Él una experiencia increíble. Han conocido su intimidad, han gozado de su amistad, han oído de sus labios las palabras más verdaderas escuchadas jamás. Sus corazones se han inundado de luz y de esperanza con los gestos de vida del Maestro. Es natural que se resistan al adiós. Es natural que sientan que se les parte el alma ante la despedida del amigo, que ha dado a sus vidas un nuevo sentido y una insospechada plenitud.
Pero los Apóstoles no viven la despedida del Señor como una tragedia irreparable. La Ascensión del Señor no es el adiós definitivo o la despedida sin retorno que provoca la pena lastimera. Con su marcha al cielo, el Señor inaugura un modo nuevo de presencia entre nosotros y un modo también nuevo de ejercer su misión. Su ausencia es más aparente que real.
Su Ascensión es anuncio gozoso de nuestra ascensión y de nuestro retorno con Él. De ahí el tono alegre y esperanzado de esta fiesta, que se incrementa si tenemos en cuenta que, al marchar, algo de su humanidad ha quedado entre nosotros: su Palabra, su presencia en los hermanos y en la Iglesia, sacramento de Jesucristo, y sobre todo, su presencia resucitada en la Eucaristía, que hace verdadera su promesa de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 19,20). Jesús no ha marchado sin nosotros, y nosotros no nos hemos quedado sin Él.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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