Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María (II Domingo de Adviento)
En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.
Lc 1, 26-38
Comentario bíblico de Antonio Guerra
Gn 3,9-15.20; Sal 97; Ef 1,3-6.11-12; Lc 1,26-38
La primera lectura nos sitúa en el origen del pecado y las consecuencias del mismo: se rompe la amistad con Dios y nace con ello la desconfianza entre los hombres. Dios no se queda con los brazos cruzados y promete arreglar esto desde la raíz para recuperar la amistad perdida. Establece así una hostilidad perpetua entre la serpiente, símbolo del mal, y la estirpe de la mujer. La promesa está en que el mal sólo podrá herir el talón, mientras que el linaje aplastará la cabeza de la serpiente, vaticinio de la victoria final de Cristo sobre el pecado. El canto agradecido del salmo 97 anticipa la acción que Dios hará en María: ofrecer la salvación a todos por puro amor a nosotros.
El ángel reconoce a María como la “llena de gracia”, que literalmente sería la “colmada de gracia”, acentuando que la iniciativa parte de Dios. Esta plenitud de gracia es la preparación de un don del Señor todavía más grande: María se convertirá en la madre del Hijo del Altísimo, el que traerá el Reino de Dios, el Salvador del mundo. Ante tal misión, María expresa su total disponibilidad, manifestando así su humildad y su generosidad sin par. Una generosidad doble, pues se entrega a Dios para colaborar y, a su vez, entrega a su hijo para nuestra salvación. El Sí de María confirma que estaba “colmada de gracia”, que Dios estaba con ella. El Espíritu de Dios, el mismo Espíritu que estuvo en la Creación, se cierne sobre ella y la convierte en la nueva Eva, madre de la nueva creación, madre del hombre nuevo, madre de Jesucristo el Señor. El Sí de María alimenta la esperanza de que un día seremos totalmente de Dios como lo fue la madre de Nuestro Señor.
Orar con la Palabra
- En la Eucaristía resuena “El Señor esté con vosotros”. Contempla la celebración litúrgica como el espacio donde crecemos en la amistad del Dios que nos ama incondicionalmente.
- El ángel reconoce que “El Señor está con María”, ¿reconocen los demás en mí que el Señor está conmigo?
- La presencia de Dios en María provoca disponibilidad y generosidad. ¿Cómo ando yo de generosidad?