Spínola hoy, modelo de santidad

Spínola hoy, modelo de santidad

El santoral dedica la fecha del 19 de enero a honrar la memoria de un gaditano de San Fernando que sirvió a la Iglesia en Sevilla como arzobispo entre 1895 y 1906. San Juan Pablo II lo beatificó en el curso de una ceremonia que se celebró en la plaza de San Pedro el 29 de marzo de 1987, y su consideración oficial como santo está pendiente de la acreditación de un milagro atribuido a su intercesión. Se trata de algo fuera de dudas para los estudiosos que han profundizado en alguno de los numerosos perfiles que ofrece este hombre comprometido con la Sevilla, Andalucía y España de su tiempo. Lógicamente, las Esclavas del Divino Corazón, “sus hijas”, no descansan en el empeño de que todo el mundo sepa lo que ellas conocen de primera mano: que don Marcelo es santo.

El sacerdote Amador Domínguez, autor de una interesante monografía sobre la faceta política del beato Spínola, lo presenta como “uno de los más eminentes y venerables pastores que ha regido la Iglesia desde las sedes episcopales cauriense, malacitana e hispalense”. No en vano, fue un hombre polifacético cuya biografía es una fuente documental para múltiples estudios. El de Domínguez sobre su etapa pública en el Senado es sólo un perfil más de la vida de este hombre afable y sencillo al que el papa León XIII incluyo en el episcopologio de San Isidoro. Sacerdote y arzobispo, cardenal de la Iglesia Católica y abogado, párroco y canónico, senador y fundador de las Esclavas del Divino Corazón, teniente arcipreste y promotor del Correo de Andalucía, mediador en cuitas cofradieras y adalid de la acción social más directa. Don Marcelo Spínola fue un hombre de su tiempo, que no quiso vivir al margen de los retos que comportaba la actualidad más inmediata, y que se implicó hasta la médula en cada causa que acometió.

De la vida pública a la “pedagogía del corazón”

Sus intervenciones en la Cámara Alta son fuente de inspiración para la formación cristiana de todas las generaciones futuras, y sus palabras, como afirma Amador Domínguez, “están de plena actualidad”. Todos sus hagiógrafos, y el autor de ‘El beato Marcelo Spínola, senador del reino de España’ no es una excepción, coinciden en destacar su gran cultura, aguda inteligencia, gran oratoria, fidelidad a las Sagradas Escrituras como fuente de la verdad para el hombre “y su gran sentido de la responsabilidad como pastor al servicio de la Iglesia y de la patria”.

Observador atento de la realidad circundante, Spínola subrayó la necesidad de potenciar la educación a todos los niveles. De ahí su decisión de fundar junto a Celia Méndez y Delgado una congregación que hoy está presente en cuatro continentes, con la finalidad de “anunciar a todos los hombres el amor personal que Jesucristo nos tiene” a través de la educación. Esto pasaba por modelar personas responsables, cristianas, ciudadanos y constructores del mundo, sin obviar que lo fundamental es “formar el corazón”. Así, la pedagogía que transmitió a sus Esclavas es la “pedagogía del corazón”.

Arzobispo mendigo

A José María Javierre, ese aragonés inquieto y sutil que llegó a Sevilla por unos días y se quedó para siempre a orillas del río, le cambió la vida acercarse a la estela del ‘arzobispo mendigo’ (o ‘Don Marcelo de Sevilla’, como dejó para la posteridad). Y es que lo que monseñor Spínola hizo aquel verano de 1905 no venía recogido en ningún manual del perfecto obispo. La historia por conocida no resulta menos significativa, y hasta nuestros días ha llegado el relato del escritor sevillano Santiago Montoto: “Iba destocado; sobre sus hombros llevaba la capa morada de lanilla; el sol lo abrasaba; el sudor bañaba su rostro, lívido, sofocado por el calor agosteño; en los labios, su inefable sonrisa; su caminar era lento; andaba por las calles céntricas y por los barrios bajos; entraba en los palacios y bajaba a los tugurios; visitaba casinos y entraba en las tabernas. En todas partes tendía su mano esquelética pidiendo para los pobres hambrientos, y en todas partes ni uno solo le negó el consuelo que pedía”.

Hombre humilde y sencillo

El periodista Nicolás Salas también sucumbió a la talla humana de Spínola, “un hombre grande en la historia de la Iglesia, siendo precisamente testimonio de humildad, de innata sencillez, que dejó escrito en su testamento que no se olvidaran de su pobreza, que no le enterraran con pompa y lujo, que no se pronunciara oración fúnebre, que no embalsamaran su cadáver ni se erigiera sepulcro en capilla alguna”. Sevilla, claro, no acató la voluntad del arzobispo al que Pío X proclamó cardenal un mes y ocho días antes de que partiera a la Casa del Padre. No pudo, por tanto, postrarse ante el Santo Padre con el capelo rojo escarlata.

Como el propio Salas destacó, en el fundador de las Esclavas se concretó aquello de ‘morir en olor de santidad’. Una multitud silenciosa desoyó la última voluntad del cardenal, arropándolo en su ultimo trayecto desde el Palacio Arzobispal hasta la capilla de los Dolores de la Catedral. En su tumba, bajo la estatua del arzobispo orante, las Esclavas del Divino Corazón honran con flores cada 19 de enero la memoria del hombre que, en palabras de Gil Delgado, llevaba en sus ojos “todo el azul de la bahía gaditana”. En ellas no cabe un atisbo de duda: Spínola es santo.


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