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TERESA DE LISIEUX Y EL «KEMPIS». SIEMPRE LA CARIDAD

Conviene prestar atención a las referencias realizadas por los santos cuando destacan textos que iluminaron su vida espiritual. A veces se trata de una pequeña confidencia que, como en el caso de Teresa de Lisieux, fue oportunamente recogida por una de sus hermanas. Se halla contenida en el Cuaderno Amarillo que trasluce el inmenso corazón de esta gran santa, doctora de la caridad. Y es que ni siquiera los estertores que le provocaba la tuberculosis que terminó con su vida agotaban su afán de lucha. Mantenía su espíritu en guardia evitando que fuese empañado por una falta de amor, sin descuidar tampoco la caridad activa que se manifiesta en el consejo apropiado para evitar también el tropiezo ajeno. Hay que guardar como oro en paño todo lo que brota de los labios de un santo. Y casi en vísperas de la celebración de la memoria de Teresa que tendrá lugar el próximo 1 de octubre seguimos alimentándonos con su excepcional legado.

El 11 de julio de 1897 sor María de la Eucaristía recibió de la patrona de las misiones en la enfermería del convento, donde ésta se hallaba, la siguiente sugerencia en verdad impagable: «Cuando tengas tentaciones contra la caridad, te aconsejo que leas este capítulo de la Imitación: ‘De cómo se han de soportar los defectos ajenos’. Verás cómo tus tentaciones se desvanecen. Siempre me ha ayudado mucho; es muy bueno y muy verdadero». En este adverbio de tiempo «siempre», la misma santa deja claro que la lectura de la Imitación de Cristo, atribuida a Tomás de Kempis, se hallaba entre sus libros de cabecera. Y yendo directamente a la obra, como si su voz nos instara a cada uno a buscar el dato que tan relevante fue para su itinerario espiritual, en los cuatro párrafos que componen este capítulo XVI al que ella aludió hallamos un verdadero tesoro para vivir la virtud de la caridad en el grado evangélico exigido.

Ese «sobrellevar los defectos ajenos» es harto difícil y no siempre se tiene presente. Es una las obras de misericordia espirituales: «soportar con paciencia los defectos del prójimo», y así lo refleja el Kempis con un interesante matiz ya que no contempla solamente lo ajeno sino lo propio mostrando la extensión de esta virtud moral: «Lo que no puede un hombre enmendar en sí ni en los otros, débelo sufrir con paciencia, hasta que Dios lo ordene de otro modo…». Y si la tentación es corregir o murmurar de los demás porque resalta a nuestros ojos lo que juzgamos falta de virtud sin atisbar ni de lejos de cuánto nos tenemos que enmendar, porque vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro, como dice el evangelio, la Imitación deja clara la realidad de nuestra vida y debería hacernos reflexionar. Abunda y a la par especifica lo dicho anteriormente: «Estudia y aprende a sufrir con paciencia cualesquiera defectos y flaquezas ajenos, pues tú también tienes mucho en que te sufran los otros. Si no puedes hacerte a ti cual deseas, ¿cómo quieres tener a otro a la medida de tu deseo? De buena gana queremos a los otros perfectos, y no enmendamos los propios defectos […]. Queremos que los otros sean castigados con rigor, y nosotros no queremos ser corregidos. Parécenos mal si a 1os otros se les da larga licencia, y nosotros no queremos que cosa que pedimos se nos niegue. Queremos que los demás estén sujetos a las ordenanzas, pero nosotros no sufrimos que nos sea prohibida cosa alguna. Así parece claro cuán pocas veces amamos al prójimo como a nosotros mismos. Si todos fuesen perfectos, ¿qué teníamos que sufrir por Dios de nuestros hermanos?».

Y, finalmente, para este día a día que a todos nos sale al paso, la obra nos recuerda que ha sido Dios quien nos ha llamado a sobrellevar recíprocamente nuestros defectos ya que ninguno estamos libre de ellos, amén de animarnos a prestarnos ayuda, a consolarnos, «a instruirnos y amonestarnos».

Estas, entre otras, fueron las grandes lecciones que aprendió Teresa, y materializó con su propia vida. Sabemos bien que hay que ejercitar las virtudes, que son especialmente valiosas cuando arrecian las dificultades. Por eso el Kempis, que tantas vocaciones santas ha iluminado, reproduce este nuevo y valioso aserto: «De cuánta virtud sea cada uno, mejor se descubre en la ocasión de la adversidad. Porque las ocasiones no hacen al hombre flaco, pero declaran lo que es». Pura sabiduría divina.

Isabel Orellana Vilches


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