TESTIMONIAR LA FE

Mis queridos amigos, el Año de la Fe va llegando a su fin, ha sido un año intenso para muchos, sé que por desgracia en otras parroquias, por criterios varios, ha tenido menos repercusión, pero lo importante es que de una u otra manera hemos intentado redescubrir el inigualable don de la Fe y reflexionar sobre el compromiso que conlleva el profesarla.
 
 
Durante cincuenta semanas he compartido con vosotros reflexiones sobre la Fe y el seguimiento a Jesucristo, he de confesaros  que el primero en beneficiarse de ellas he sido yo, no es fácil ponerse delante del ordenador semana tras semana para ver qué escribía, de ahí que muchas veces lo compartido ha sido fruto de mis vivencias y oraciones. Lo curioso es que según los datos son miles de personas las que semanalmente habéis ido siguiendo estas humildes reflexiones, gracias a todos.
 
 
Esta semana la reflexión no la escribiré yo, os presento una reflexión-testimonio de Miguel Ángel Carmona, no es teólogo, ni escribe artículos , ni imparte conferencias de espiritualidad, ni su nombre sale en los periódicos. Miguel Ángel es un feligrés de la parroquia de Santa María la Blanca de  La Campana. ¿Imagino que os preguntaréis porqué os la propongo como reflexión, y además justo en la semana que acaba el Año de la Fe?, la respuesta es fácil: Cada uno de vosotros tenéis vuestra experiencia de Fe, vuestra experiencia de conversión y seguimiento, vuestra experiencia de adentraros en el misterio de la Fe desde un encuentro que os ha transformado. Cada uno de vosotros podríais contar lo que el Señor ha ido haciendo con vosotros y cómo ha transformado vuestra vida. Tenemos que contar al mundo, a cada hombre nuestra historia de amor con el Señor, lo que el Señor ha hecho con nosotros. ¿ No os parece?, Valga un precioso ejemplo:
 
 
“Hay muchos momentos en la vida donde las personas tienen que exteriorizar sus sentimientos. Y nunca mejor ocasión para hacerlo, que con un grupo de jóvenes dispuesto a escuchar y a madurar con los relatos que hoy estamos escuchando.
 
Soy cofrade, simplemente y llanamente cofrade. Así nací, me crié y he vivido, y con su ayuda, así moriré.
 
Desgraciadamente de pequeño, en mi casa, esto de la iglesia como que no venía mucho al caso. 
 
Cuando todavía era un adolescente, de apenas 14 años, me ofrecieron la oportunidad  de ser costalero del Cristo de Vera- Cruz; cosa que siempre anhelé por la gran admiración que desde chico le tenía al hecho de ser costalero; una inquietud que nace aquel buen día, en el que leyendo un libro, me llamó la atención un párrafo en el que se describía lo siguiente:  “un tal Simón de Cirene ,conocido popularmente como el cirineo, ayudó a llevar la cruz a Jesús”… ¡Desde ese mismo instante,  brotó y nació en el corazón del hombre, la ilusión y el enorme deseo de ser lo que llamamos COSTALEROS! La razón por la que crea, que a los costaleros los busca y los elige DIOS; basta con una mirada de súplica suya… y el hombre, lo deja todo y le sigue, llevándolo en sus hombros con un sentir: hacerlo con amor y por amor.
 
Años más tarde, comencé una nueva andadura como miembro de la junta de gobierno de dicha hermandad. Este fue mi inicio en la iglesia, y el origen de una nueva relación con personas que me transmitieron su fe.
 
Desde pequeño nos enseñan que la fe era cumplir mandamientos, alcanzar objetivos, llevar adelante obligaciones… y esto  ha contribuido a que perdiera  la parte efectiva y gozosa de la fe, esa, que se convierte en un regalo, en un don, en una acción de gracias… porque DIOS cuenta con nosotros, porque nos quiere, y porque por encima de todo, quiere nuestra felicidad.
 
En ciertos momentos tengo que aguantar a mis amigos con las bromas de siempre, cuando me dicen: el capillita o el padre Miguel. Pero ¿sabéis lo que os digo, chavales? que ¡ojala!, hubiese experimentado esta fe desde el principio, por que vivir con esta Virtud, es descubrir a DIOS como compañero de la vida, confiando en que con su ayuda,  las cosas pueden ser mejores, invitándonos a poner nuestro empeño en ello. Es saber afrontar las dificultades, el dolor, las frustraciones… con una esperanza y un ánimo muy grande, ya que JESUS también pasó por ello, haciéndonos partícipes de un sentido nuevo: el de la RESURECCION.
 
Hace unos años nuestro Párroco, en cierto modo, nos obligó a los miembros de las distintas juntas de gobiernos a asistir a misa y fórmanos en las catequesis. Personalmente, yo en  principio lo vi un  absurdo; estábamos  acostumbrados a hacer lo que se nos viniera en gana. Con el paso de las semanas y los meses, este pensamiento iba tomando un  nuevo giro; de ser un absurdo pasaría a ser algo placentero. Al participar de ellas, fui encontrando el sentido, y descubrí la confusión que puede estar viviendo aquel miembro de una junta, que vive su fe, independientemente de la vida de la  iglesia.
 
Creo, que ese fue mi punto de inflexión. Conforme ha ido pasando el tiempo, cada día se ha forjado en mi el don de la fe. Estoy aprendiendo a querer al prójimo, a ser más humilde, a ver  que nadie es más que nadie, a saber que detrás de cada injusticia y dolor puede haber esperanza… y para mí, ese es el milagro de DIOS.
Quiero recalcar, que gracias a las hermandades, somos muchas las personas, que estamos viviendo esta experiencia tan bonita. 
 
Por eso digo a todos los que os gusta la Semana Santa, que las imágenes están expuestas todo el año. Que no sólo nos acordemos de ellas en ese tiempo concreto, que por estar ahí, siempre nos pueden decir algo.
 
Todo esto me está ayudando con una participación activa en mi junta de gobierno a que se vayan viendo las cosas de manera distinta; que nuestro compromiso no se reduzca a la salida del Jueves Santo, contribuyendo así desde mi persona, a la toma de conciencia del verdadero sentido de lo que significa ser miembro de una hermandad.
 
Personalmente estoy viviendo una experiencia muy bonita: estoy intentando vivir la fe. Pienso que sentirla, es mirar al mundo con los ojos de DIOS; porque “respirar” con fe, es vivir feliz y no desde la carga de la culpa, es recorrer la vida comprometido desde la libertad  y no desde la obligación.
 
Muchas veces, me he parado a pensar y a reflexionar sobre mí. Me he dado cuenta, que hace 15 años no tenía la menor idea de llegar a ese lugar al que estoy llegando; intento vivir el presente y no el futuro, disfrutando de los momentos con mi familia que el día a día me va ofreciendo. Cuando me levanto por las mañanas doy gracias a DIOS; sólo con abrir los ojos, ya es un motivo para sonreír, prohibiendo en mí, levantarme sin ilusión, vestirme sin esperanza, y querer caminar sin fe y sin amor. En definitiva, le doy gracias a DIOS, por vivir AQUÍ Y AHORA.
 
He descubierto que debemos aprender a aceptarnos como somos, y lo que somos, sin discriminar a nadie. Hemos de mirarnos y juzgarnos, pero no realizar esto sobre los demás. Hemos de DEJAR A UN LADO NUESTRO EGO.  En definitiva tenemos que hacer realidad en nuestra vida la letra de esta canción: “Tendré para con Dios, corazón de hijo, para conmigo mismo corazón de juez, y para con el prójimo, corazón de madre” (Fray Luis de Granada). Hemos de descubrir nuestra dimensión pecadora, y que destruyendo al pecador, no se garantiza, el exterminio de ésta. TODOS TENEMOS QUE CAMBIAR, Y DEJAR QUE EL SEÑOR, ESCRIBA EN NUESTRO CORAZON”.
 
 
Muchas gracias Miguel Ángel por tu reflexión y compartir tu testimonio.
 
 Nos vemos el día 24 en la catedral para profesar juntos la Fe. No tengáis miedo.
 
 
Adrián Sanabria.

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