Una santa del molde de sor Ángela
El Papa Francisco canonizó el pasado 18 de octubre a una mujer de su tiempo, a una religiosa humilde que vivió con fe y alegría la radicalidad de un carisma hecho a su medida. Madre María de la Purísima (Madrid, 1926-Sevilla, 1998) encarnó durante buena parte de su vida las reglas de la Compañía de la Cruz y, diecisiete años después de su fallecimiento, sigue siendo un modelo a seguir por las más de seiscientas religiosas que han elegido este Instituto para servir a los pobres, sus “amos y señores”.
En una carta publicada el pasado mes de julio, el Arzobispo de Sevilla subrayó que si se perdieran las reglas que redactó santa Ángela de la Cruz, “sólo con verla actuar se podían escribir de nuevo”. Esta madrileña de nacimiento y sevillana de adopción comprendió que el servicio a los más necesitados, la vida austera y de oración de las Hermanas de la Cruz marcarían su vida. Alberto Espinosa, uno de tantos devotos de María de la Purísima, destaca la inmediatez de aquella decisión: “Lo vio clarísimo”, afirma. Tras visitar la casa recién inaugurada por la Compañía de la Cruz en Madrid, no dudó: “Este es mi sitio”.
“Sonrisa sobrenatural”
Y todo con buen talante. Los numerosos testimonios recabados estos días coinciden en subrayar la “sonrisa sobrenatural” de la séptima sucesora de Madre Angelita. Olga Salvat, sobrina de la nueva santa, recuerda que “con sólo verla, se notaba que estaba llena de Dios, irradiaba una luz especial”. Espinosa abunda en esta faceta como un rasgo permanente de su personalidad: “nunca abandonó la sonrisa o el sentido del humor, e hizo de su paso por la tierra una existencia de cruz pero gozosa”.
Fue una mujer de su tiempo, con una esmerada educación y una evidente inquietud por los avatares de la sociedad que le tocó vivir. En su caso, la fidelidad a las Constituciones fundacionales no significaba vivir de espaldas a su tiempo. Alberto Espinosa recuerda cómo se manejaba con el ordenador y el interés que puso en que otras hermanas lo hicieran. “De ella aprendemos que la santidad no es quedarse anticuado, sino saber avanzar en la vida y los progresos teniendo presente a Dios en todo momento. No es incompatible”, añade.
La santidad de lo cotidiano
Su santidad no se basa, como dice Teodoro León, postulador diocesano de su causa, en hechos extraordinarios, sino en “la constancia en la práctica de las virtudes”. Es una santa actual, y de ella podemos aprender a ver la santidad como algo alcanzable, “cada uno dentro de nuestra situación y circunstancias particulares”, añade su sobrina. La atención mediática apenas se detuvo en la vida oculta, humilde, servicial y trabajadora de esta religiosa de rostro amable y apologeta de la perseverancia. Como dejara escrito en el texto que reproducimos en páginas centrales, la entonces Madre General de la Compañía de la Cruz abundaba en la centralidad de “lo cotidiano, lo diario”. Sus consejos, las recomendaciones de una santa, resumen un ideario de fidelidad a Jesucristo y servicio a los pobres: “dedica sin regateo el tiempo necesario a la oración, sonríe a quien lo necesite, aunque tengas el alma dolorida, lucha en cada instante, vive con fidelidad el cumplimiento del deber, acude a quien te busque, practica la justicia y –concluye- amplíala con la caridad”.
Las Hermanas de la Cruz, la ciudad de Sevilla y la Iglesia universal cuentan desde este fin de semana con dos santas del mismo molde, una certeza incuestionable para los numerosos peregrinos sevillanos que se dieron cita el domingo en la Plaza de San Pedro. Nada nuevo para Petra, visitadora diaria del número cuatro de la calle que lleva el nombre de la fundadora: “Aquí ya se sabía, y ahora lo conoce toda la Iglesia. Madre era santa, como lo fue sor Ángela y lo son sus hijas”.