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V Domingo del tiempo ordinario

 

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.

Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:

-Todo el mundo te busca.

El les respondió:

-Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.

Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

 

Comentario de Antonio J. Guerra

 

La experiencia dramática de Job trae hoy a la liturgia el dolor de tanta gente que sufre y que no encuentra consuelo. Un libro, que si bien trata del sufrimiento del inocente tiene como tema principal a Dios, pues intenta responder cómo el hombre interpreta su sufrimiento delante de Dios: o le echa las culpas, o se refugia en el misterio de Dios.

El salmo 146 introduce la esperanza dentro de esta sin razón, y canta esperanzado al Señor, porque sanará a los corazones destrozados y sostendrá a los humildes. Esta esperanza brilla como una luz sobre el que ha “salido” a comunicar que llega una época nueva. Desde el principio del evangelio de Marcos Jesús realiza curaciones milagrosas, hoy la suegra de Pedro y un sinfín de enfermos que agolpados en la puerta esperan su turno, así como la expulsión de los demonios.

Estos milagros de Jesús son signos de victoria sobre el poder del mal, ya que la sociedad de entonces consideraba las enfermedades signos del poderío del mal y el pecado. Contemplar a Jesús curando y derrotando a los demonios tiene un mensaje claro: ha venido el que salvará a la humanidad. Viene con una misión encomendada y la cumple sin descanso.

Llama la atención en el evangelio que después de la larga jornada, aún Jesús tiene fuerzas para levantarse antes que nadie para confrontarse con Dios, para no perder el rumbo y comportarse siempre como Hijo.

La oración le ayuda a rechazar tentadoras ofertas y centrarse en lo importante: buscar a todos para ofrecerles la fuerza que viene de Dios, salir al encuentro de los que sufren y acoger a los pecadores. El ejemplo de Pablo en la segunda lectura nos apremia a la urgencia de salir a predicar y hablar con nuestro testimonio de que Dios se ocupa de los débiles.


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