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VI Domingo de Pascua

130428-San Juan 14,23-29En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo,  oró diciendo:

« Padre Santo, no solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos,  para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.

 Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno;  yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.

 Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.

 Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste.  Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».

 

Comentario bíblico de Álvaro Pereira

Las lecturas de hoy transitan las tres etapas de la Iglesia. Recorrámoslas.

La intimidad entre el Jesús histórico y sus discípulos representa la primera etapa, el tiempo fundacional. Ellos encontraron en Jesús al Mesías esperado y al Hijo de Dios (Jn 1,35-51). Solo él tenía palabras de vida eterna (6,68). En amarlo a él consistía su vida y su felicidad. Ahora, en las palabras de despedida del evangelio (14,23-29), Jesús les dice que amarlo de verdad implica guardar su palabra, incluso cuando él parta. Él les promete la asistencia del Espíritu Santo, el abogado defensor y consolador. Jesús los prepara para su muerte. Ellos jamás estarán solos. Incluso su partida entra en el designio del Padre, por eso cuando suceda deben seguir creyendo.

El segundo momento de la Iglesia, la etapa actual, es descrito de forma óptima en la lectura de Hechos. Se desencadena la primera gran crisis eclesial: algunos (Pablo y Bernabé) están bautizando a los paganos sin exigirles circuncidarse, es decir, se puede ser discípulo sin necesidad de cumplir todos los preceptos de la ley mosaica. En la Iglesia madre de Jerusalén surgen dudas. Se reúnen y oran. Deciden «el Espíritu Santo y nosotros» no exigir la circuncisión. Solo piden a los nuevos convertidos, por respecto a los judeocristianos, que se abstengan de la sangre, de las carnes sacrificadas a los ídolos, etc. Así pues, el segundo tiempo de la Iglesia se caracteriza por la escucha del Espíritu y la comunión eclesial.

El tercer y último tiempo se abre al futuro de la consumación. El Apocalipsis describe a la Iglesia futura como la Jerusalén del cielo, una ciudad bien custodiada por doce puertas con los nombres de los apóstoles. Ya no hará falta ni sol ni santuario, porque la gloria de Dios lo llenará todo.

En síntesis: la Iglesia camina en la historia entre el amor y la fe a las palabras fundacionales de Jesús, la asistencia actual del Espíritu que la impulsa a la comunión, y el futuro del encuentro final con Dios. No olvidemos tan grandes misterios.


CARTA DOMINICAL

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