Vida para la eternidad
El destino de cada ser humano tiende hacia un infinito que, tenga fe o se declare agnóstico, le aguarda tras la muerte. Es la eternidad. Un patrimonio que no se puede hurtar. Un bien que por el hecho mismo de nacer acompaña a toda persona. Así lo ha querido Dios Padre que nos ha hecho a imagen y semejanza suya, de modo que es irrenunciable. La eternidad a la que aludo no es una mera figura, una apreciación sin rigor ni fundamento. Lo que sí adolece de solidez son todos los argumentos que se esgrimen para justificar lo injustificable: el aborto. La ciencia compromete toda idea que se pueda tener al respecto. Los medios que tiene a su alcance ponen de manifiesto que lo que ha sido concebido en el vientre materno es un ser humano y no un animalito cualquiera, como también muestra lo abominable y cruel que son todas las formas empleadas para eliminar la vida del no nacido.
Lo acaba de recordar recientemente un prestigioso médico: hay vida en el instante en el que se unen un espermatozoide y un óvulo; no es el único que lo ha dicho. La cuestión para los partidarios del aborto (que no le denominen suavemente interrupción voluntaria del embarazo; es un crimen que queda impune), es entrar en disquisiciones claramente interesadas, manipuladoras de mentes que no tienen formación o que es escasa. En suma, lanzar a los cuatro vientos cuestiones que dejan al margen lo que está canonizado por la Declaración Universal de Derechos Humanos cual es la defensa de la vida. Así distinguen entre el punto de vista biológico-celular aludiendo a ese momento en el que se puede decir que hay vida; es decir, no ponen en solfa ese hecho porque es indiscutible, y la persona humana. Esto es, un no nacido no es persona porque se adquiere ese estatuto cuando se nace.
No es este un espacio para entrar en otras consideraciones. Si traigo a colación todo esto es porque juzgo que una mujer en estado de gravidez es un auténtico tesoro. Lleva en su seno una vida para toda la eternidad. Ese hijo que late en sus entrañas no morirá nunca. Fue concebido, soñado por Dios Padre desde siempre. ¿Hay alguna madre (o padre) normales, no desnaturalizados, que desee que un hijo suyo fenezca?
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