Vocaciones Nativas y Jornada Mundial de Oración
El cuarto domingo de Pascua es el día dedicado a la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Desde hace 54 años, en este domingo “del Buen Pastor” la Iglesia pide con confianza filial al Dueño de la mies que envíe nuevos obreros para anunciar el Evangelio y ser instrumentos de salvación, y le da gracias por las vocaciones que suscita entre los jóvenes. En España, a esta convocatoria se suma la Jornada misionera de Vocaciones Nativas, de la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, que añade a aquella petición el compromiso por las vocaciones en los países de misión.
Para la preparación de esta gran Jornada vocacional, trabajan conjuntamente tres organismos eclesiales: la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, encargada de ayudar a las diócesis en la pastoral vocacional; el Área de Pastoral Juvenil Vocacional de CONFER, que colabora con las instituciones religiosas en su empeño por suscitar y acompañar las vocaciones a la vida consagrada; y las Obras Misionales Pontificias, que se ocupan de cooperar con las Iglesias locales de los territorios de misión en el sostenimiento de sus vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa.
Al servicio de la Iglesia universal
Lo que da unidad y consistencia a la celebración conjunta de estas dos Jornadas es el carácter universal de cualquier vocación. Una llamada al servicio de la Iglesia no puede circunscribirse a unos límites geográficos e institucionales: cualquier vocación es, por esencia, una invitación a servir a la Iglesia donde ella necesita ser servida. Y es que, en el origen de una vocación, está la acción del Espíritu Santo; no se trata de una iniciativa particular. “Empujados por el Espíritu…”, comienza titulando Francisco su Mensaje para esta ocasión. Es el Espíritu de Dios quien llama y envía personas al servicio del Evangelio en el mundo. Que esta llamada no es un añadido a la fe y a la vida del cristiano, sino que está en su misma entraña, lo ratifica el hecho de que en todas partes están aflorando llamadas de muchos jóvenes a la vida consagrada y al sacerdocio.
Ahora bien: cada llamada vocacional que suscita el Espíritu solo puede ser identificada si hay una correspondencia en la disponibilidad de la persona para contestar: “¡Aquí estoy, envíame!”. Respuesta generosa y de entrega, que también ha de resonar en las instituciones eclesiales que asumen la responsabilidad de enviar estas vocaciones a otros lugares distintos de sus propias demarcaciones. La disposición generosa de los llamados no puede quedar truncada ni empequeñecida por el planteamiento egoísta de atender únicamente los propios ámbitos. Es tiempo para la audacia y el coraje que abren las puertas y empujan a quienes han dicho “sí” a que “vayan, sin miedo, para servir”, como alentaba el Papa en la JMJ de Río.
Ponerse en camino
El Espíritu, a través de Francisco, está invitando a quienes han recibido la vocación y a dichas instituciones eclesiales a ponerse en camino y salir al encuentro de los otros que están en las periferias geográficas y existenciales. Su llamada ha sido para ser enviados a anunciar que Jesús ha resucitado, más allá de las propias fronteras. Él, el Resucitado, camina a su lado y les da la fuerza y la alegría necesarias, dice con claridad el Santo Padre en su Mensaje. Cada vocación a la vida consagrada o al sacerdocio ha vivido la experiencia de un encuentro personal, que va calando en su corazón y que ha configurado su identidad. Es la vitalidad de la semilla que paulatinamente va desarrollándose en el interior de cada persona.
Vemos todo esto con claridad en la vocación de los misioneros, que no se guardan para sí ni para su entorno la Palabra y la salvación que han recibido. Gracias a su labor y generosidad, muchos seminarios y noviciados de los territorios de misión están hoy llenos de jóvenes que, una vez barruntado el amor, han abierto su alma a la llamada. Ayudar a estas vocaciones es una de las finalidades de la Jornada de Vocaciones Nativas.
El compromiso vocacional que anima esta doble Jornada es tarea común de toda la Iglesia: afecta a los pastores y responsables eclesiales; también, a las comunidades cristianas; pero, sobre todo, este compromiso vocacional está en cada cristiano. A cada uno de nosotros se nos pide oración, cercanía e incluso cooperación económica para ayudar en la formación de aquellos que son llamados al sacerdocio o a una especial consagración. El Pueblo de Dios ha de tener conciencia clara de que la Iglesia necesita de hombres y mujeres que entregan con radicalidad su vida al servicio de la misión. Y cuando una vocación aparece, la respuesta ha de ser de gratitud al Señor y compromiso para que aquella no se pierda por falta de recursos humanos, espirituales o materiales.
Anastasio Gil (OMP)
Maricarmen Álvarez (CONFER)
Sergio Requena (CEE)
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