XVII Domingo del Tiempo Ordinario (B)
Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?». Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?».
Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda». Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo».
Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
Juan 6, 1-15
Comentario de Antonio José Guerra
El estribillo “Abres tú la mano, Señor, y nos sacias” (Sal 144) recoge el sentido de las lecturas presentando a Dios generoso y providente dando su pan a todo viviente. A partir de hoy, y durante cinco domingos, se interrumpe la lectura continuada de Marcos para leer el capítulo 6 de Juan, dedicado a la revelación de Jesús como alguien que da el verdadero pan y es él mismo “Pan de Vida”. Hoy leemos la conocida multiplicación milagrosa de los panes y los peces, que remite a la primera lectura, donde Eliseo con 20 panes da de comer a 100 personas. Se tenga en cuenta que el gesto del profeta está cargado de generosidad, ya que era tiempo de hambre (cf. 2Re 4,38) y esos 20 panes era la ofrenda de un hombre pudiente hacia su persona, pero él la dedica para los necesitados, pues es firme en la fe del Dios providente: “así dice el Señor: comerán y sobrará” (2Re 4,43).
El evangelista sitúa el milagro cercano a la Pascua, trayendo así a la memoria la carga redentora de la sangre del Cordero por la cual el pueblo obtiene la vida. La curiosa mención de la “hierba” evoca el salmo del buen pastor (cf. Sal 23). Presenta Juan la figura de Jesús como el profeta definitivo que Dios había prometido enviar y que desde Moisés se esperaba: con menos panes que Eliseo, Jesús da de comer a mucha más gente. La multiplicación de los panes es al mismo tiempo preludio y signo de la Eucaristía, por eso no puede desperdiciarse ni un solo pedazo. La retirada final de Jesús indica que él viene a ajustarse al proyecto de su Padre, no al de los hombres.
Preguntas para la reflexión:
- El milagro de los panes se produce por la modesta aportación de un niño. ¿Cómo ando de generosidad?
- Los apóstoles no caen en la cuenta que con ellos se encuentra el que puede saciar de verdad el hambre de los hombres. ¿Recurro a Jesús para saciar mi hambre de felicidad, mi hambre de Dios?
- Cristo nos da su pan, nos da su Cuerpo, para que su generosidad nos transforme interiormente y nos una más a Dios. Cuando comulgo, ¿soy consciente de que es Cristo mismo el que viene a mi vida?