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XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (2018)

El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir».  Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?».  Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda».  Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?».  Contestaron: «Podemos». Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.  Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen.  No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos.  Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por la multitud».

Marcos 10, 35-45

     

Comentario de Antonio J. Guerra

Is 53,10-11; Sal 32; Hb 4,14-16; Mc 10,35-45

Se lee hoy un trozo del cuarto cántico del Siervo sufriente de Isaías. En él se presenta al Siervo de Dios que lleva su obediencia hasta la entrega de la propia vida en muerte cruenta. Nos narra el profeta el resultado de esta entrega: su dolor ha salvado a los hombres del castigo que merecían por sus pecados. El Salmo 32 nos recuerda algunas de las maravillas que Dios ha obrado en favor de su pueblo, para que aumente nuestra fe y esperanza en el plan salvador de Dios, que a pesar de la muerte del Justo, sus ojos siguen clavados en sus fieles para librarlos de la muerte.

La carta a los Hebreos nos ayuda a identificar al Siervo de Dios con Jesús. Interpreta la muerte de Jesús en clave sacrificial. Con su actitud obediente al plan divino, Jesús es presentado como el sumo sacerdote que entrega su propio cuerpo para la remisión de los pecados. Él es el sumo sacerdote que se compadece de nuestras debilidades, por eso se entregó por nosotros y nos abrió la puerta del cielo.

Por último, Marcos nos refiere una vez más la incapacidad de los discípulos para comprender. Por un lado, Jesús que habla de dar la vida y, por otro, los apóstoles preocupados sólo de la gloria terrena con los primeros puestos. El evangelio nos deja patente que no sólo basta la cercanía física a Jesús, sino que hace falta algo más, hay que acompañarlo hacia su Pasión y verlo morir para convertirse en testigos de algo grande: que Dios ha enviado a su Hijo para rescatarnos de la muerte. El camino del servicio y la entrega tiene un precio alto, y Jesús está dispuesto a asumirlo; de su mano, iremos comprendiendo que el grano de trigo dará fruto si de verdad muere.

Para profundizar:

  1. A Jesús, le llamamos el Salvador por que viene a rescatarnos, ¿de qué cosa nos puede rescatar Jesús? ¿En mi vida de qué me puede salvar Jesús?
  2. Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo”, con esta invocación nos preparamos para la comunión. ¿Qué espero cuando me acerco a comulgar en la Eucaristía? ¿Y qué estoy dispuesto a entregar?
  3. El pecado rompe la comunión con Dios, entonces la misión de Jesús es restablecer la comunión rota por el pecado para que el hombre actúe dócil a los dictados de su Creador. ¿Confieso con regularidad, o sólo me confieso con Dios?

 


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