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XXIX Domingo del Tiempo Ordinario

Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante Él

XXIX domingoEn aquel tiempo,  Jesús decía  a los discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.  «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.  En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”.  Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres,  como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».  Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto;  pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas?  Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

 Lucas 18, 1‑8

Comentario de Álvaro Pereira

El Evangelio de Lucas nos presenta hoy una parábola que pone en escena dos personajes: un juez sin escrúpulos y una viuda aguerrida. La viuda reclama al juez que le haga justicia y él, a pesar de su maldad, escucha su queja insistente solo para librarse de ella. La enseñanza es evidente: se debe orar sin desfallecer ya que si el juez, siendo malo, atendió a su petición con tal de zafarse de ella, cuanto más Dios, el sumo bien, hará justicia a sus elegidos que claman noche y día. La parábola compara a los elegidos, la Iglesia, con una viuda. La comunidad cristiana vive en el hoy de la historia bajo el signo de la cruz y la indigencia. Pero esta situación de postración no le debe hacer desesperar. Dios, «el guardián de Israel» (Salmo), oye a sus elegidos. Desde hoy está permitida la esperanza.

Es verdad que esta esperanza no debe ser triunfalista. Seguimos en un mundo donde poderes arbitrarios y opresivos, como los del juez inicuo, oprimen a los pequeños. Pero es preciso seguir orando y luchando, como Timoteo en la segunda lectura, predicando la Palabra a tiempo y a destiempo. Dios es fiel y, por muy alejada que parezca, su intervención final es segura. ¿Encontrará el Hijo del Hombre esta fe en la tierra?

 En la primera lectura, hemos escuchado un testimonio bíblico del poder de la oración. Israel venció a Amalec no por la fuerza de su ejército, sino por el favor de Dios, que suplicó Moisés desde el monte con los brazos extendidos. Los santos padres interpretaron este gesto como prefiguración de los brazos extendidos de Cristo en la cruz, cuya oración postrera nos trajo el perdón y la redención. La fe es grito y hay que orar sin desmayo.

Hoy no incluimos preguntas, sino una oración del nuevo santo sevillano, Don Manuel González, magnífico colofón a las lecturas de hoy.

El Evangelio de Lucas nos presenta hoy una parábola que pone en escena dos personajes: un juez sin escrúpulos y una viuda aguerrida. La viuda reclama al juez que le haga justicia y él, a pesar de su maldad, escucha su queja insistente solo para librarse de ella. La enseñanza es evidente: se debe orar sin desfallecer ya que si el juez, siendo malo, atendió a su petición con tal de zafarse de ella, cuanto más Dios, el sumo bien, hará justicia a sus elegidos que claman noche y día. La parábola compara a los elegidos, la Iglesia, con una viuda. La comunidad cristiana vive en el hoy de la historia bajo el signo de la cruz y la indigencia. Pero esta situación de postración no le debe hacer desesperar. Dios, «el guardián de Israel» (Salmo), oye a sus elegidos. Desde hoy está permitida la esperanza.

Es verdad que esta esperanza no debe ser triunfalista. Seguimos en un mundo donde poderes arbitrarios y opresivos, como los del juez inicuo, oprimen a los pequeños. Pero es preciso seguir orando y luchando, como Timoteo en la segunda lectura, predicando la Palabra a tiempo y a destiempo. Dios es fiel y, por muy alejada que parezca, su intervención final es segura. ¿Encontrará el Hijo del Hombre esta fe en la tierra?

En la primera lectura, hemos escuchado un testimonio bíblico del poder de la oración. Israel venció a Amalec no por la fuerza de su ejército, sino por el favor de Dios, que suplicó Moisés desde el monte con los brazos extendidos. Los santos padres interpretaron este gesto como prefiguración de los brazos extendidos de Cristo en la cruz, cuya oración postrera nos trajo el perdón y la redención. La fe es grito y hay que orar sin desmayo.

Hoy no incluimos preguntas, sino una oración del nuevo santo sevillano, Don Manuel González, magnífico colofón a las lecturas de hoy:

“¡Madre Inmaculada! ¡Qué no nos cansemos! ¡Madre nuestra! ¡Una petición! ¡Que no nos cansemos!

Si, aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande, aunque el furor del enemigo nos persiga y nos calumnie, aunque nos falten el dinero y los auxilios humano, aunque vinieran al suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo… ¡Madre querida! ¡Que no nos cansemos!

Firmes, decididos, alentados, sonrientes siempre, con los ojos de la cara fijos en el prójimo y en sus necesidades, para socorrerlos, y con los ojos del alma fijos en el Corazón de Jesús que está en el Sagrario, ocupemos nuestro puesto, el que a cada uno nos ha señalado Dios.

¡Nada de volver la cara atrás!, ¡Nada de cruzarse de brazos!, ¡Nada de estériles lamentos! Mientras nos quede una gota de sangre que derramar, unas monedas que repartir, un poco de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza en nuestras manos o en nuestros pies, que puedan  servir para dar gloria a Él y a Ti y para hacer un poco de bien a nuestros hermanos… ¡Madre mía, por última vez! ¡Morir antes que cansarnos!”

 


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