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XXVII domingo del Tiempo Ordinario (2018)

Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre

 En aquel tiempo, acercándose unos fariseos y le preguntaban a Jesús para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?»

Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»

Contestaron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.»

Jesús les dijo: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precep­to.  Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer.  Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se uni­rá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne.  Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»

En casa, los discípulos, volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, co­mete adulterio contra la primera. 12 Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.»

Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.  Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impi­dáis; de los que son como ellos es el reino de Dios.  En verdad os digo que quien no recibe el reino de Dios como un niño. No entrará en él.»  Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.

Marcos  10, 2-16

Comentario de Miguel Ángel Garzón

Gn 2,18-24; Sal 127,1-6; Heb 2,9-11; Mc 10,2-12

El Evangelio presenta la enseñanza de Jesús sobre el matrimonio y el divorcio. El evangelista la sitúa en dos escenarios, uno público ante los fariseos, y otro en privado con sus discípulos. La palabra cautivadora de Jesús, que atrae a las multitudes, se convierte para los fariseos en una amenaza para el orden religioso establecido. Y, como en otras ocasiones, le lanzan una pregunta trampa, provocadora, sobre una cuestión discutida y polémica: ¿es posible que un hombre se divorcie de su mujer?

Jesús responde remitiéndoles a la ley de Moisés, y les hace ver que la concesión dada por la ley para el divorcio (Dt 24,1-4) fue a causa de “su dureza”, perversión, terquedad para vivir según Dios, pero no se corresponde con el proyecto original de Dios. Así lo recuerda citando los textos del Génesis (también bajo la autoridad de Moisés), que en parte escuchamos en la primera lectura: en el principio Dios los creó hombre y mujer para amarse y unirse, para ser una sola carne. Su unión fecunda recibe la bendición divina (Sal 127). Así pues, si la voluntad de Dios es la permanencia de la unión, el hombre no puede romperla.

El silencio de los fariseos, que acentúa la autoridad de Jesús, da paso a la instrucción privada a los discípulos en la casa. Jesús amplía su respuesta: si el hombre o la mujer se divorcia y contrae una nueva unión comete adulterio. Es decir, transgrede la ley que lo une en Alianza con Dios y su pueblo. Las controversias en el seno (“casa”) de la primitiva comunidad cristiana acerca de las uniones de los divorciados encuentran luz en la verdad revelada por Jesús que, como recuerda el libro a los Hebreos, ha sido coronado de gloria, una vez que ha atravesado el camino doloroso de la pasión y muerte, para hacernos partícipes de su gloria.

 

  1. ¿Valoras y promueves la igualdad y complementariedad entre el hombre y la mujer? ¿Deberías corregir alguna actitud?
  2. ¿Cómo vives tu relación matrimonial? ¿De qué manera afrontas las dificultades?
  3. ¿Qué valor das a la palabra de Dios para iluminar y discernir los problemas de tu vida?

 

 

 


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