XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)
A todos los que encontréis convidadlos a la boda
En aquel tiempo volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo:
«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”. Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron.
El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”. El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos”».
Mateo 22, 1‑14
Comentario de Antonio J. Guerra
Is 25,6-10a; Sal 22; Fil 4,12-14.19-20; Mt 22,1-14
La imagen del banquete está presente hoy en las lecturas, pues lleva consigo toda la alegría de la comunión y la abundancia de los dones de Dios. Esta imagen expresa gráficamente el plan divino para el hombre: el Reino de Dios.
El Reino de Dios es un regalo que Dios hace al hombre, el cual debe aprender a custodiarlo, pues tiene el riesgo de perderlo. Jesús dirige un discurso compuesto de tres parábolas a sumos sacerdotes y escribas para abrirles los ojos: los dos hijos (21,28-32), los viñadores homicidas (21,33-46) y la parábola que hoy escuchamos, del banquete real. En las tres parábolas, Dios manifiesta su voluntad de que estemos con él, pero deja en manos del hombre la libertad de responder con un sí o con un no. Dios quiere que su invitación sea acogida, por eso envía repetidamente a sus siervos, a expensas de que sean rechazados o incluso maltratados.
La invitación al banquete corresponde a la llamada de Dios que está dirigida a todos y que es gratuita. Jesús quiere poner de manifiesto las consecuencias futuras y definitivas de nuestro obrar y quiere que nosotros las tengamos en cuenta objetivamente en nuestro comportamiento actual: podemos elegir libremente, pero no somos libres frente a las consecuencias de nuestra elección. El dilema de nuestra vida es cómo se alcanza la felicidad, si haciendo nuestra voluntad, o cumpliendo la voluntad de Dios.
Pero responder a la llamada de Dios no es suficiente si no hay un compromiso con la comunión con Dios, representada en la participación al banquete con el vestido apropiado, símbolo de las obras justas que Dios espera de nosotros. Escuchando a Jesús y haciendo la voluntad del Padre es como adquirimos el vestido de boda, disposición necesaria para gozar de la comunión divina.
Para profundizar:
- Dios está llamando constantemente. En la lectura del evangelio lo hace a través de los siervos, ¿reconozco la voz de Dios en los demás?
- Iglesia significa los “llamados” o “convocados”, ¿soy consciente de que cuando voy a la Iglesia en realidad estoy respondiendo a una llamada que Dios nos está haciendo?
- La expresión “muchos son los llamados, pero pocos los escogidos” no quiere ofrecer una estadística de los que alcanzan el cielo, es más bien una advertencia: no mecerse en la seguridad para no fracasar en nuestro objetivo, sino emplear todas las fuerzas para corresponder a la llamada de Dios.
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