«Yo soy la resurrección y la vida», carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

«Yo soy la resurrección y la vida», carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

Queridos hermanos y hermanas:

Comienzo esta carta semanal reconociendo que las lecturas escogidas para estos domingos de Cuaresma son un tesoro de enseñanzas y sugerencias para nuestra vida cristiana. En este último domingo de Cuaresma leemos el relato de la resurrección de Lázaro, tomado del capítulo noveno del Evangelio de san Juan, una página bellísima que nos acerca admirablemente a la humanidad y al mensaje de Jesús.

En esta escena que tiene lugar en los días previos a los acontecimientos pascuales, se nos descubren algunos rasgos entrañables de la humanidad de Jesús. Lázaro y sus hermanas, Marta y María, son amigos de Jesús. Jesús los quiere sinceramente. Con frecuencia ha acudido a su casa en Betania, distante unos pocos kilómetros de Jerusalén, para descansar y cultivar su amistad. Ahora llega a la casa de sus amigos avisado por las hermanas que le comunican que Lázaro ha muerto. Apenas entra en la casa, se emociona, llora, y ante el sepulcro de su amigo Lázaro, nos dice el evangelista que Jesús se conmovió hasta sollozar. Los testigos de ese dolor se admiran y se dicen unos a otros: ¡Cómo lo quería! Ante la muerte del amigo, Jesús siente el mismo dolor que sentimos nosotros en circunstancias semejantes. Y seguramente mucho más profundo, por la riqueza de su humanidad, por su singular percepción de la significación de la muerte.

En medio del dolor, Jesús sabe que Él es el Mesías, el Hijo de Dios enviado al mundo para manifestar la gloria del Padre. Y se da cuenta de que la muerte de Lázaro va a ser ocasión de un gran milagro en el que se van a manifestar el amor vivificante del Padre y su misión salvadora. La enfermedad de Lázaro servirá para que brille la gloria de Dios y para que sea glorificado el Hijo del hombre. Él sabe que el Padre celestial le escucha siempre. Por ello, se siente movido a hacer el milagro. Son detalles que nos hacen entrever algo de la vida interior de Jesús. No sólo Jesús, también nosotros, con la ayuda de Dios, podemos hacer que los acontecimientos dolorosos de la vida propia y ajena se conviertan en manifestaciones de la presencia y de la bondad de Dios.

Jesús hace que Lázaro vuelva a la vida. Lázaro resucita a la vida mortal. Pero su resurrección le sirve a Jesús para manifestar algo más profundo, el secreto último de su misión, Él es fuente de vida eterna, los que creen en Él reciben una vida espiritual, nueva y profunda, que no termina con la muerte. Él mismo lo afirma: Yo soy la resurrección y la vida. Probablemente Lázaro no volvió a ser ya el mismo. Se sentiría más ligado a Jesús, viviría con un sentido nuevo el agradecimiento, la adoración, la confianza en la bondad poderosa del Señor.

El evangelio de este domingo nos brinda un mensaje importante. Todos nosotros, cristianos bautizados, somos como muertos resucitados a la vida. El Lázaro resucitado es, ante todo, signo del propio Jesús, el primer resucitado a la vida eterna. Es también símbolo de todos nosotros. Nos lo dice san Pablo. Si vivimos unidos a Cristo por la fe y por el amor, el Padre que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros. Desde ahora podemos y debemos vivir como personas resucitadas, renacidas, a una vida nueva, diferente, la vida de los hijos de Dios, con Jesús, como Jesús, iniciando ya la vida santa y eterna de la resurrección, viviendo unidos espiritualmente al Jesús resucitado y resucitador.

Como a Marta, Jesús nos dice a cada uno de nosotros ¿No te he dicho que si crees en Mí verás la gloria de Dios? El encuentro con Jesús, la aceptación de su persona, de sus enseñanzas, de su muerte y resurrección, conservado todo en la memoria de la Iglesia, de la liturgia, de la vida de los santos, manifiesta la gloria de Dios y nos ayuda a creer en Él, centrando en Él nuestro amor y nuestra esperanza. Quienes se aman exclusivamente a sí mismos, no la ven, porque no pueden creer de verdad, no pueden reconocer al Señor como referencia definitiva, fuente, norma y fin de la vida. Pidamos por ellos, ayudémosles a encontrarse con él con el vigor de nuestra fe y el testimonio de nuestra vida, renovada con la novedad de Jesús y santificada con la santidad de Dios.

A todos os deseo una fructuosa última semana de Cuaresma. Que la vivamos hondamente. Que no echemos en saco roto, como nos dice san Pablo, la múltiple gracia que el Señor está dispuesto a compartir con nosotros en estos días, que escuchemos su voz que nos llama a la conversión, a rasgar los corazones y no las vestiduras. Que busquemos en estos días momentos prolongados de desierto, de silencio y de oración, de penitencia, ayuno y mortificación, y que tratemos de renovar nuestra fraternidad.

 

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla


CARTA DOMINICAL

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